No era de extrañar que los
fumadores estuvieran inquietos, preocupados, sin saber
muy bien qué les esperaba.
Casi indiferentes a la lluvia y los nubarrones, se arremolinaban
afuera de las instalaciones médicas donde funciona
el Centro para la Ciencia de las Imágenes Cerebrales
en Londres, Inglaterra. Algunos se describían a sí mismos
como fumadores sociales: un cigarrillo en la mañana, otro
después del almuerzo y quizá media docena más en caso
de salir de parranda con los amigos en la noche. Otros
confesaban ser adictos a dos cajetillas diarias desde hacía
tiempo. Todos ellos eran fieles a una sola marca: Marlboro
o Camel. Según las reglas del estudio, sabían que no podrían
fumar durante cuatro horas, de manera que estaban
concentrados en acumular tanto alquitrán y tanta nicotina
en su organismo como fuera posible. Entre fumadas
intercambiaban encendedores, fósforos, anillos de humos,
temores: “¿Esto dolerá? George Orwell estaría feliz con esto.
¿Creen que la máquina podrá leer mi mente?
Míralo en Editorial NORMA:
http://gerencia.norma.com/images/PrimerCapitulo/COMPRADICCION.pdf
Míralo en Editorial NORMA:
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